Uno de esos temas álgidos y desde luego atroces es el del acoso
escolar. En 2004, un chaval de 14 años llamado Jokin Ceberio se mató
arrojándose al vacío desde la muralla de Hondarribia, tras sufrir
un espantoso tormento durante dos años por parte de sus compañeros
de clase (y, para peor, ante la indiferencia de los profesores). La
brutalidad de esta historia aguijoneó nuestras conciencias dormidas
y durante algún tiempo se habló mucho del asunto: hubo estudios,
encuestas, campañas de concienciación. Y después… ¿qué pasó?
Pues que la gran ballena del sufrimiento escolar volvió a sumergirse
bajo las aguas. Hace poco hemos vuelto a picotear levemente en ese
infierno a raíz de dos casos de suicidio en el extranjero de chicos
acosados por medio de Internet, pero el énfasis se puso en el
peligro de las redes, no en la ferocidad de los compañeros. Esa
ferocidad, me temo, sigue estando ahí en todos los colegios
españoles, aunque ahora ya no hablemos de ello. Miles de niños y
niñas son agredidos, insultados, humillados y literalmente
torturados cada día por sus compañeros de clase, y esa violencia
sigue siendo, por lo general, un iceberg sumergido. Me pregunto, por
ejemplo (mientras escribo esto aún no se sabe nada), si el asesino
de los escolares de Newtown no tendrá un episodio de acoso a las
espaldas: no lo digo para justificar lo que hizo, sino para intentar
entender.
E intentar entender es nuestra obligación, así como esforzarnos
por no olvidar que todo esto sucede. Hace apenas tres meses, la
Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales
(FELGTB) y el colectivo de LGTB de Madrid, COGAM, presentaron un
interesantísimo estudio realizado entre jóvenes de 12 a 25 años de
edad que han sufrido acoso escolar homofóbico varón puede ser el
origen de un largo suplicio.
El estudio de COGAM y FELGTB, en fin, ofrece unos datos
espeluznantes: el 43% de quienes sufren el acoso homofóbico se
plantean el suicidio, más de la mitad constantemente (56%) y un 27%
de forma persistente a lo largo del tiempo. Y, de hecho, el 17% de
los chicos y chicas hostigados intentaron suicidarse una o varias
veces. Lo más terrible es la impunidad, el abandono, la
invisibilidad con la que todo esto parece suceder. Sólo el 19% de
los chicos perseguidos recibieron ayuda del profesorado; y el 82% de
las víctimas no informaron de la situación a la familia, sin duda
porque se sentían avergonzadas. O sea, que estaban y están solos.
Pero aún queda el dato que a mí me pareció más espeluznante: el
90% han sufrido acoso homofóbico por parte de los compañeros de
clase, pero además hay un 11% que han sido acosados por un profesor.
Espero que os guste
Un saludo
Amalia y Ana
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